GUA – Un museo en un Parque Memorial

Por: Emilio Arenas

El Museo GUA se erige en una colina al oriente de Bucaramanga, justo al ingreso del Parque Memorial Jardines la Colina. El hermoso paraje, de clima suave y vista a la ciudad, resalta entre el nacimiento de una quebrada y la presencia de un Iago aledaño. El primero enmarcado por un bosquecillo sobreviviente de antiguas montañas compactas de caracolí, es ahora refugio protegido de aves y corazón del parque más amplio y conservado de “La Ciudad de los Parques”. El Iago, enclaustrado por el cerramiento de un conjunto habitacional, advierte que el crecimiento de la urbe alcanzó el paraje.

Un rústico plano de la época colonial, registra como “Namota” a la quebrada vecina al Museo. Sin embargo, perdió ese nombre original desde cuando los conquistadores españoles descubrieron aluviones auríferos en cercanías a su desembocadura y los predicadores dominicos levantaron templo donde el afluente muere en el río del Oro: desde entonces, se le conoce como “quebrada de la Iglesia”. Respecto al lago, se decía que entre sus bosques milenarios pululaban manadas de báquiros o cerdos de monte, “azote” que en su momento impidió ser cultivados por los indios de mita minera recién congregados en Bucaramanga. 

"El predio destinado a Parque, formó parte de la emblemática hacienda Cabecera del Llano. Por herencia pasó a manos de Mercedes (hija de David Puyana), esposa del general Alejandro Peña Solano, gobernador de Santander y defensor de la ciudad durante la guerra de los Mil Días”

Siglo y medio después, cuando los blancos trasladaron esos indios al distante pueblo de Guane, los colonos que los reemplazaron encontraban a menudo pequeñas vasijas de barro en los alrededores de la masa de agua, con indicios de haber contenido ofrendas destinadas por los nativos a las deidades tutelares de los bosques, por esta razón, comenzaron a llamarla “Lago del Cacique’’. De tan humildes recipientes rituales, logró la familia González Ordóñez recuperar unos cuantos; los hallaron cuando decidieron adecuar el terreno destinado a Parque Memorial en el año 1971, conservándolos junto con la construcción que antiguamente sirvió de “casa de hacienda”, con la entonces idea romántica de formar en ella un Museo.

El predio destinado a parque, de aproximadamente 26 hectáreas, formó parte de la emblemática hacienda “Cabecera del Llano”, famosa por haber originado el mito más arraigado en Bucaramanga: el pacto celebrado entre David Puyana Figueroa y el diablo. Por herencia pasó a manos de Mercedes (hija de David), esposa del general Alejandro Peña Solano, gobernador de Santander y defensor de la ciudad durante las batallas de la guerra de los Mil Días. Dicho predio, durante muchos años conservó su vocación cafetera hasta antes de su adquisición por el ingeniero Gabriel González Sorzano, para desarrollar su idea de dotar a Bucaramanga de un cementerio moderno. El hecho representó el comienzo del Parque Memorial Jardines la Colina, sin embargo, debieron transcurrir cincuenta años para que se hiciera realidad el proyecto adjunto de Museo.

María Cristina Ordóñez de González, esposa del ya entonces difunto fundador deI Parque Memorial, se encargó personalmente de la obra. Para su desarrollo inicial, el historiador Edmundo Gavassa autorizó la reproducción completa de la colección fotográfica heredada de su abuelo Quintilio, invaluable testimonio de la ciudad durante las últimas décadas deI Siglo XIX. El mismo Gavassa recomendó mi vinculación al proyecto y reunido con los propietarios estuvimos de acuerdo en que el tema central sería la historia de Bucaramanga y que su fortaleza debía basarse en el conocimiento. Bajo ese acuerdo. comencé a trabajar desde entonces en el Museo. Sin embargo, al avanzar en la construcción de guiones y capacitación de guías lo inicialmente planeado se tornó aparentemente contradictorio.

Para empezar, cuarenta años continuos de investigación sobre la ciudad y la región nos proveían un interesante y novedoso conocimiento, y siendo consecuentes con los objetivos resultaría absurdo desecharlo. Por ejemplo, al tratar la cerámica ritual, hablar de las características externas evidentes podría resultar poco honesto: el conocimiento adquirido permitía, al menos, ganar profundidad en cuanto a procedencia y período de elaboración, disertar sobre la etnia que las puso allí y el “pueblo de indios” del que hizo parte cuando forzada vino a la mita minera del río del Oro. A su vez, lo anterior nos llevaba a cambiar en 157 años la fecha oficial de fundación de Bucaramanga, a colocar ante el público la documentación que probaba la muy temprana y casi total desaparición de la población aborigen de Santander, y por esto mismo, a replantear todo lo conocido respecto al origen del pueblo santandereano.
Pero la afortunada dificultad continuaba. En cuanto a territorio resultaba imposible hablar de la ciudad sin tener en cuenta a su vecina Girón, pues de ella provino la población que en 1778 la fundó, tan pronto como se llevaron los indios a Guane. Otro ejemplo aparecía en el nombre “Gua”, escogido para el Museo, vocablo explícito en el denominativo “Sachagua” (probablemente la tribu que depositó en el lugar la cerámica ritual) e igual en “Bucaramangua”, como debió ser originalmente: abierto a su vez en Guane, Guanentá y Macaregua (nombres, respectivamente, de una nación vecina, su último cacique y capitán de guerra), en agua, guanábana, guayaba, guardia, yeshúa y millones de vocablos de las lenguas que a través del tiempo hayan hablado en el planeta.

Otro ejemplo de dicha contradicción, surgió al tratar el período de la Guerra de Independencia y los conflictos civiles colombianos: en cualquiera de ellos, aparecía Santander como se epicentro; por tanto, debían tratarse en su dimensión y más allá de lo tradicionalmente enseñado por la historiografía oficial. Problema similar surgía en el cambio de circuito comercial (Girón- Maracaibo por Bucaramanga – Barranquilla), decisión que llevó a la ciudad al sitial de primer centro exportador del nororiente el país y a ocupar el tercer puesto en categoría después de Bogotá y Ciudad de Panamá. Igual situación ocurría en décadas finales del Siglo XX, cuando su privilegiada ubicación geoespacial la convirtió en “estrella vial” y en generadora del fenómeno urbano llamado Área Metropolitana de Bucaramanga.

Por las razones expuestas, ante la imposibilidad de añadir tiempo al asignado como recorrido guiado en GUA, y por limitaciones de uso en el recinto, se decidió que lo más importante de lo investigado se expondría en otra forma: charlas especializadas de mayor duración dirigidas a educadores, investigadores, universitarios, bachilleres, alumnos en proceso de grado en educación superior, personas de la tercera edad e instituciones como Policía de Turismo y otras, todo con la oferta de transporte entregada por el Parque Memorial Jardines la Colina.
Al final, partiendo de las fotografías, de la decena de vasijas rituales y la casona de la antigua hacienda restaurada armoniosamente, en sus materiales originales de tapia pisada y teja de barro, por el arquitecto Camilo González Ordóñez, tras año y medio de intensa preparación por parte de la diseñadora gráfica Isabel Cristina González Ordóñez, quien diseñó el mobiliario e hizo la curaduría completa de la exhibición, retoque fotográfico, marquetería, transcripciones de material de archivos, textos e ilustraciones hasta que se programó para el 9 de julio del año 2019 la inauguración del Museo GUA. Su fundadora, María Cristina Ordóñez de González, no alcanzó a ver la obra finalizada: falleció un año antes, el 24 de julio. Su obra tiene continuación en su hija, Isabel Cristina, quien hoy dirige el Museo GUA.

La apertura motivó a particulares a vincularse al Museo, donando objetos conservados por generaciones entre sus familias. El primero en hacerlo fue nuevamente Edmundo Gavassa, quien facilitó una pequeña y original calculadora procedente de una fábrica harinera propiedad de sus antepasados y posteriormente un monumento funerario hecho en mármol de Carrara, encargado bastante tiempo atrás en Italia.

Con el concurso de comunicadores sociales aprendimos a manejar la virtualidad. Practicando lo aprendido, sin detrimento de lo presencial ni de las usuales radio y televisión, el Museo GUA fue abriéndose cada vez más a redes sociales y con ello a la exploración de nuevos y mayores públicos y escenarios. La práctica nos llevó a visitar poblados de provincias vecinas, con el ánimo de producir pequeños videos para usuarios diferentes, y esto permitió conocer a particulares y funcionarios que intentaban formar museos en sus localidades, como en el caso reciente de un antiguo policía de turismo, interesado en información sobre un conjunto de tumbas aborígenes, al parecer de origen yariguí, hallado bajo su vivienda en la vereda “El Motoso”, jurisdicción de Lebrija; y el más inmediato, surgido de la propuesta electoral hecha por el alcalde de un pueblo del cañón del Chicamocha.

@Museogua