Rafael Ardila Duarte

El Caminante

Pablus Gallinazo

Presentamos en exclusiva, los primeros capítulos del próximo libro sobre Rafael Ardila Duarte. Agradecemos la colaboración de Nancy Arenas de Ardila y Henry Ramírez León.

I. El Caminante
Siempre me envanecí de no haber tenido que enfrentar jamás el síndrome de la página en blanco. Me bastaba, como ahora, un simple acto de voluntad y la prosa empezaba a fluir como por encantamiento. Solo que este momento me tomó tres largos y penosos meses enzarzado en la selva oscura de las palabras a la espera de una señal de la senda que me llevaría sin tropiezos al chiaro mondo de Dante Alighieri.

Antes de hacer un plan de operaciones, quise tantear el terreno que habría de pisar el resto de año. Buscaba, ante todo, estar en absoluto, completamente seguro de la cronología y tener las fechas exactas del transcurso de la atareada vida  de  Rafael Ardila  Duarte,  que,  como  el  lector

va a advertir muy pronto, no tuvo descanso ni pausa de alivio en ningún momento. Tenía pensado empezar por la fecha de nacimiento de Rafael –24 de diciembre de 1951– que me pareció de buen augurio. No era poco haber llegado como un regalo de Navidad, a una ciudad donde muy rara vez pasaba algo. Bucaramanga era en ese entonces un pueblo grande que parecía destinado a no crecer, dado que no tenía la misma atracción que otras urbes con ventajas más fuertes y evidentes, más llamativas y con mejores desarrollos urbanísticos.

En los años 50 aún había calles empedradas, el parque automotor particular escaso y el servicio público se limitaba a dos empresas que se repartían la ciudad, una de norte a sur, mientras la otra operaba de este a oeste. Con esta idea fui avanzando en la captura de datos que me iban permitiendo fijar los hitos indispensables para darle al lector un escenario sencillo y práctico donde su imaginación pudiera ir y venir sin tropiezos.

Mientras adelantaba la búsqueda en la prensa, me fui convenciendo de que nuestro hombre no había nacido una, sino dos veces,  como con el fluir de estas palabras,

comprobaré hasta el contento general. Pero… yo, que soy enemigo de andarme por las ramas, aquí estoy en la copa del árbol, viendo a ver por dónde me queda mejor bajar. Cuando el escritor de biografías contacta a la familia para ir remendando las fisuras, se encuentra no solo con aquellas, sino con verdaderas grietas o con ignorancias que oscurecen, desdibujan y hasta borran por completo los verdaderos hechos.

II. El caminante y su familia
Pero expliquemonos para no comenzar con otra incógnita. Si hubiéramos iniciado su biografía diciendo, como hubieran querido sus familiares más próximos, “Rafael cumplía años el 24 de diciembre, y como en ese día no se pueden hacer piñatas…” el lector de seguro habría tirado el libro al lugar correspondiente.
¿De dónde habrán sacado sus hermanas semejante barbaridad? Porque en la realidad sucede todo lo contrario: la Navidad es precisamente el momento perfecto para prodigar obsequios. Y Dios, que es tan grande, al enviar a Rafa a la calle 49 número 27-A 62, a casa de los Ardila Duarte, tal vez quiso avisarles que les mandaba el regalo supremo.
Fue el noveno de once hermanos: Sara, Leonor, Benjamín, María Cristina, Jorge, Salustiano (a quien los hermanos cambiaron el nombre y llamaban Lucho, que falleció antes de que Rafa naciera, tenía 16 años y era seminarista), Gustavo, Gloria Amparo, Rafael, Martha Eugenia y María Consuelo. Con el tiempo, y siendo el menor de los hombres, Rafa tomó las riendas de la familia como otro de sus proyectos. Y lo sacó adelante con creces.

Sin embargo, como oyendo llover, aunque la llovizna fuera de oro, continuaron su relato: “La primera y única fiesta que le podrían hacer iba a ser la de la primera comunión”. Ya se habían repartido las tarjetas de invitación y por algo que sucedió ente ellos, el niño le dio una patada a la empleada del servicio. “Ya estaba todo listo y mi mamá le canceló la fiesta por haber sido grosero con la empleada”. Y de ahí en adelante las celebraciones y diciembres perdieron por siempre para Rafa toda su carga de amor y generosidad.

Las hermanas, un verdadero ramillete de amabilidad y toda clase de adornos, no tardaron en hallar otro ejemplo al hablar de las relaciones del niño con el abuelo, a quien le celebraban el especial saludo que le dispensaba a su nieto. “El abuelo, por ejemplo, que no saludaba a nadie, cuando él llegaba exclamaba ¡Hola, Rafael Rila!, porque era su forma de decir Ardila.” La biografía hubiera dado otro bote si a alguien se le hubiera ocurrido consultarla palabra “rila” en cualquier diccionario.

A Rafael todo el mundo lo quería. Mucha gente lo consideraba para todo. “Mi mamá lo consintió demasiado. Nunca lo sintió cuando estuvo embarazada, y temía que eso significara que nacería con algún retraso en un mundo donde, con perdón, todos llegan a joder o a no dejarse. Pero cuando vio que había nacido bien, y no solo bien, sino perfecto, lo quiso más que a todos. Incluso llegó a decir, sin otra autoridad que la de su propio corazón, que él sería el bordón de su vejez”, cuenta su hermana Marta.

Antes de empezar a escribir en forma la biografía de Rafael Ardila Duarte, me di a la tarea de recoger mis apuntes y tratar de organizarlos de la manera más útil y coherente posible, para que nuestros lectores no se fueran a desviar, por más atractivo que pareciera, de la honestidad de la vida y milagros de su sencilla y verdadera vida.

Rafael y doña Cristina

Entre los primeros apuntes hallé el siguiente que es muy iluminador sobre Rafael, dicho por él mismo: “Si yo pudiera nacer de nuevo, sería político, porque no hay nada mejor que servirle a la comunidad. Ganar plata es importante en la vida, pero servir es mejor, es más rentable para el alma”.

El segundo punto de apoyo para la partida, fue el hecho de que nuestro personaje creyera firmemente que todos podemos hacer milagros y que para ello lo más sencillo es ponerse al servicio de la comunidad. Nadie sabe lo importantes que son los milagros que no lo parecen, que se presentan como lo más natural. La vida de los hombres no es nada diferente a una sucesión de cosas extraordinarias. De alguna manera Dios, a quien ahora han dado en llamar “El Universo”, se las ingenia para sacar de una tragedia un sinnúmero de bendiciones. En toda dificultad hay un milagro escondido, como dice mi querida compañera de viaje, Tita Pulido: “Voy a ponerte un ejemplo y tú me dices si no: Américo José Montanini.”

En este mismo instante, cuando recién falleció, es tan bueno como propicio entrar por ahí: Américo ingresó al fútbol por la puerta grande del River Plate en el mismo año en que nació Rafael y vino a jugar con el Atlético Bucaramanga donde pronto se volvería su héroe y su modelo de atleta, por su baja estatura, gracias a la cual se le pudo llamar “la bordadora” por su facilidad para el drible y las fintas.

FOTO DR.RAFAEL01

Rafael Ardila el dia de su primera comunión

A imitación de Américo, Ardila ya se imaginaba viendo su nombre en las marquesinas de los estadios, cuando un accidente providencial lo alejó para siempre de las canchas (aunque no de las graderías): se acababa de fracturar la tibia y el peroné. Durante su bienaventurada convalecencia, conocería el amor y se abriría paso en el áspero mundo de los negocios, pues se enamoró de su vecina, Nancy Arenas, y conoció a su padre, Guillermo. Después de un tenaz asedio, ella terminaría convirtiéndose en su esposa, y él, en su suegro, primer socio y mentor.

Siempre conservó aquel aire compacto de los futbolistas como “la bordadora” y caminaba, viéndolo bien, como si estuviera en la mitad de una jugada. Se enorgullecía de ello. Jamás se quejó de su baja estatura, porque eso hubiera sido un imposible espiritual, aunque de lo único de lo que se lo oyó quejarse algunas (muchas) veces fue de su “cara de bobo”, él decía cara de güevón, disfavor que le señalaba a Cristina Duarte, su mamá.

¡Quién sabe con qué ojos se miraría!, porque su rostro siempre irradiaba simpatía y se le daba frecuentemente la sonrisa. Sean como sean las facciones, siempre será bella la cara que la exhiba. Aquí es bueno decir que, si alguien quisiera seguirle los pasos y dejar su huella luminosa y limpia, es muy sencillo: pruebe a practicar, sin esperar absolutamente nada a cambio, las obras corporales y espirituales de misericordia. A todos aquellos asuntos dedicaría lo que le quedaba de vida. Quien lo conoció lo sabe y los testimonios son un sinnúmero.
Rafa encontró en su hermana Martha Eugenia la ruta a la libertad, es decir, “El CAMINO”, con mayúsculas. La puerta de la casa de la familia se cerraba con una aldaba que estaba fuera del alcance de aquel niño que se negaba a crecer y, echándole cabeza, llegó a la una conclusión que a la humanidad le había tomado siglos: que dos más dos son cuatro y que la unión hace la fuerza.

Rafa en la época como estudiante de economía en Bogotá

“Para volarse a la calle me ponía en cuatro patas y se montaba encima para abrir la puerta. Más adelante, cuando se deslumbró con la velocidad que prodigaban los automóviles, se las ingenió para convencerme de que éramos la pareja perfecta, piloto y copilota”, sólo que en su mundo el copiloto no se sentaba en el asiento derecho, sino debajo del de él. “Yo agachada moviendo los pedales y él arriba, al mando del timón, de suerte (buena suerte) que solo tuvimos invisibles raspones”.

A ella terminó por parecerle apenas normal que todos los viajes terminaran con un estrellón sin consecuencias. –¡Frene! ¡Frene! ¡Frene! ¿No le dije que frenara?

“Rafael era  tímido  y   yo  no”, me dijo Marta, que lo decía sinceramente, aunque sabía muy bien que la persona de la que hablaba era la misma que la sabía hacer ponerse en cuatro patas para él pararse encima y abrir los cerrojos de la puerta cada vez que quería volarse de la casa. Y menos creíble  que  ella  fuera  la misma  que  se  prestó  para manejar a ciegas el freno, el cloche y el acelerador del carro cuando se lo robaban. ¿De  veras  tú  creerías  en  esa  timidez? O la timidez era una estrategia para  que  la  gente  le  abriera  las  puertas  y  los  brazos, sin  tener  que  hacerlo  él. Tal  vez  la  cosa  se  explicaría  si  dijéramos  que  a  Rafa  no  le  cuadraba  ni agradaba vivir, ni siquiera bajo su propia sombra.

“Nos  queríamos  como  cómplices,  porque  la  mayoría de las aventuras  teníamos  que  ocultarlas  por  lo  peligrosas  que  eran.  Mi  adoración  por  Rafa  era  tan  grande,  que  de  niña  yo  lloraba  porque  no  me  dejaban  casar  con  él”, menciona Martha. Mientras eso decía, ahora recordándolo, comparándolos,  Tita,  mi  esposa,  aprovechó  para  decirme  que  Martha  Eugenia  y  Rafa  tenían  los mismos  ojos,  las cejas,  el  perfil,  la estatura.  Idénticos  y  completamente distintos.

Familia Ardila Arenas (Archivo familiar)

Los tres hijos, Ángela María, Rafael Eduardo y Efraín, con sus personalidades tan diferentes muestran rasgos de todo lo que fue su papá, el amor por la lectura de Angela, el amor por los amigos y la fiesta y el inmenso amor por la música de Efraín se conjugan en un amalgama de rasgos que nos recuerdan la partida física pero no espiritual de nuestro caminante. Los sábados había que asistir a la mesa, como se dice ahora, sí o sí. Él me decía: “Nunca te quedes un sábado trabajando. Tienes que irte a la casa”, recuerda Rafael Eduardo. Así que todos los sábados tenían una cita para convivir y compartir alrededor de una pasta, una milanesa o cualquiera de sus platos favoritos.

Ángela María, su hija, menciona que su padre reconocía que los santandereanos no podríamos hablar si nos amarraran las manos. Por eso, siempre las mantenía ocupadas en algo inútil, como desarmar un clip o amasar plastilina de la que se usa para limpiar los tipos de las máquinas de escribir. No solo había que trabajar, sino parecer que se estaba trabajando… a toda hora. Quienes compartieron alguna junta o lo conocieron pueden dar fe de esta manía, al punto que Luis Fernando, su chofer, tenía una cajita de clips en el carro.

Le costaba mucho decir que no. Y todos sabían que así pasara muy por lo alto una oportunidad de servir, ahí estaba él para atraparla. Entre las faltas a las obligaciones que había establecido para su familia, la primera era no contestarle el teléfono cuando llamaba.

“A menudo nos preguntaban por qué, rondando los treinta, no nos habíamos casado”. Y Ángela María se responde ahí mismo: “Es que nuestros padres, con su perfección de pareja, nos pusieron una vara muy alta”. Cuando se proviene de un matrimonio perfecto, es muy difícil encontrar pareja.
Nancy, cuya honestidad era y sigue siendo a toda prueba, como la de Rafa, sale a explicar la tal perfección. “Lo que pasaba era que, cuando yo peleaba con Rafa, me decía que yo era referencia para muchas parejas y tenía esa responsabilidad. Todos querían ser como nosotros. Entonces tenía que arreglar las cosas como fuera. Rafael decía que él se había casado con la mejor amiga y de verdad que más que pareja fuimos íntimos amigos. “Nosotros sabíamos disfrutar todo, unos vinos, un café”. Viajaban los dos. Y para todo lo primero que se tenía forzosamente que hacer, era ponerse de acuerdo.

Era una persona que estaba disponible para el que fuera. Y el
mismo tiempo que le deparaba a un hijo, le dedicaba a un nieto. Como él mismo decía, acabó las palabras del diccionario del ridículo siendo abuelo. Mientras no tuvo nietos, siempre “ofendía” a sus hijos afirmando con un dejo de amargura y desesperanza que era un abuelo estéril. Pero luego  vinieron Lucas,  Emma,  Juan Rafael,  Julieta  y  Simón, que  le endulzaron  la  existencia. Alicia  sería  el  regalo  que  llegaría  nueve  meses  después  de  su  partida. Con  todos  ellos  se  confirmaría,  como  él  lo  decía,  que  habría  Ardilas  para  rato.