Américo José Montanini

Por: Felipe Zarruk

Los santandereanos le daremos las gracias por siempre al ‘judío’ Felipe Stemberg por la llegada de Américo José Montanini a Bucaramanga. Si no es por la persistencia de este mediocampista fenomenal, quien jugó en River Plate y Millonarios en su época dorada y, por supuesto, en el Atlético Bucaramanga, el diminuto volante de creación nunca hubiese aterrizado por aquí. Stemberg, había visto jugar en las divisiones menores del cuadro riverplatense al número diez, quien se ubicaba como interior izquierdo y arrancaba con la pelota atada al botín derecho, dejando sentados en el piso a los rivales. Montanini los eludТa con facilidad, tratando de emular a sus ídolos Enrique Omar Sívori y Adolfo Pedernera, dos integrantes de la famosa “Máquina de River”, llamada así porque no perdía ni en los entrenamientos.

Felipe Stemberg regresó a su natal Buenos Aires a mitad del año 1956. Era junio y el invierno azotaba con crudeza a la capital de Argentina y sus provincias, había viajado con la misión de conseguir al habilidoso Américo, ya que Norberto Juan Peluffo, quien fungía como director técnico, buscaba traer a un jugador que llenara el estadio y de paso, reforzara el equipo para ser campeón, lo cual era una exigencia de la directiva encabezada por Don Rafael Pérez Martínez.
Stemberg fue hasta las oficinas del onceno de la banda roja, donde le dieron la dirección del hijo de don Américo y doña María, en la calle Timoteo Gordillo 24-41 del Barrio Mataderos.
Tuvo la suerte de encontrarlo en casa luego de golpear la pesada puerta gris frente a la empedrada calle. Muy cerca está el colegio donde estudió el ariete de fino bigote y estampa de bailarín de tango. Y es que Américo se movía en el campo de juego al ritmo de Gardel y Le Pera. “En el estudio no me iba tan bien, me gustaba más la pelota”, me confesó una fría mañana del año 2011 en su apartamento, mientras se tomaba un café con leche que combinaba con galletas de soda. En ese momento recordó aquel miércoles 14 de septiembre de 1956, cuando le dijo a Stemberg: “Estás loco vos, qué me voy a ir a jugar a Colombia… hace dos años que no toco un balón”.

No paraba de llover. Américo se arropó el cuerpo y también el alma con la cobija gris que utilizaba para cubrir la jaula de sus canarios que alimentaba con alpiste cada mañana. Mi grabadora estaba encendida captando su voz y el canto de las aves durante los más de 60 minutos que duró la entrevista.

En ella, Montanini recorrió otra vez los pasillos de su casa paterna, narró con tristeza el día que estaban almorzando y su papá se quedó dormido en la mesa del comedor. Doña María les dijo a sus dos hijos, Ida Juana y Américo, que no hicieran ruido porque su padre había llegado cansado del frigorífico nacional, en donde trabajaba a pocas cuadras de su casa en Mataderos, el mismo barrio donde nació el equipo de fútbol Nueva Chicago, -el primer amor de Américo-. Su voz se quebró cuando recordó que todos llegaron al comedor y descubrieron que su padre había fallecido. Esa circunstancia hizo que debiera empezar a trabajar, ya que por ley de la República Argentina, el primer hijo varón podía tomar el puesto del jefe del hogar en caso de su fallecimiento. En ese momento contaba con 16 años y jugaba en la reservas del River Plate.

Montanini vino a Colombia con River en 1953 para una gira donde enfrentaron a los equipos Deportivo Cali y Santa Fe. La delantera riverplatense, aunque joven, inspiraba respeto. Montanini tenía como compañero a una figura prometedora, Enrique Omar Sívori, quien tiempo después se fue para la Juventus de Turín. Sívori, un zurdo de categoría inigualable, se entendía con los cordones del botín derecho de Américo. Eran vino y tonel. Mirada tras mirada inventaban jugadas, bailando a sus rivales como los ‘milongueros’ Jorge Orcaizaguirre y Domingo Monteleone.
A los 19 años tuvo una grave lesión jugando en Rosario ante Newell’s, cuando se rompió el quinto disco lumbar. Ahí pensó que se había acabado su carrera.

Ante la insistencia de la invitación para venir a Colombia, Américo recibió la bendición de su señora madre. “Me dijo que fuera a probar y que si no me amañaba me esperaba en casa”. Doña María Ruetti había ingresado con dolores de parto la noche del tres de abril de 1933 al hospital de maternidad Bernardino Rivadavia, en la calle Mitre, cerca de la iglesia de San Miguel. El martes cuatro, iniciando la mañana, las parteras del lugar corrían buscando al médico, las contracciones eran cada vez más frecuentes porque Américo ya venía pateando duro el vientre materno. Finalmente, a las 10 -el número que lo marcaría toda su vida-, llegó al mundo el jugador más extraordinario que vino al Atlético Bucaramanga. En ese momento se escuchó su llanto, su padre no podía estar más orgulloso, era el hijo varón con el que había soñado toda su vida.

Durante su presentación ante la hinchada del Atlético Bucaramanga, Montanini fue invitado a realizar el saque de honor. A su lado aparecen Don Jorge Reyes Puyana y el jugador Eugenio Casalli.

Américo le prometió a su mamá que venía por tres meses nada más, pero esos tres meses se convirtieron en 67 años. Llegó a Bucaramanga el 14 de septiembre de 1956. Curiosamente, su maleta se extravió en medio del apresurado recibimiento organizado por los directivos del equipo en el antiguo aeropuerto Gómez Niño, que operaba en lo que hoy se conoce como Ciudadela Real de Minas. Allí se dieron cita, Rafael Pérez Martínez, Luis Fernando Sanmiguel y Manuel José Puyana, acompañados por Norberto Juan Peluffo y Pablo Molina, dueños de la panadería La Preferida y de la camioneta que condujo al astro argentino al Hotel Savoy. Montanini notó que la maleta que había recogido en el terminal aéreo pertenecía a una mujer. Su narración estuvo acompañada de carcajadas, recordando que aparecieron corpiños, enaguas, calzones, zapatillas y carteras. “Yo pensaba en la cara que pondrían los directivos del equipo si hubieran visto el equipaje que su nuevo jugador había traído”. Manuel José Puyana fue el encargado de regresar al aeropuerto para rescatar la maleta, en manos de una dama, que todavía estaba en shock tras descubrir en ella, calzoncillos, guayos y pantalonetas.

Debutó ante el Tolima anotando el gol del empate. Se ganó el respeto de propios y extraños, también del exigente público. El mejor narrador de la época, el costarricense Carlos Arturo Rueda, lo bautizó ‘la bordadora’ y en dos oportunidades fue el máximo cañonero del fútbol colombiano.
En 1957 conoció al amor de su vida en la sala de espera del aeropuerto El Dorado de Bogotá. Se trataba de la bella bumanguesa Gloria Hinestroza, quien corrió a buscar el balón que se le había escapado a su pequeña prima de las manos y llegó hasta donde se encontraba el grupo de jugadores argentinos del Atlético. Américo le entregó el balón, inició la charla y prometieron volver a encontrarse. El nuevo encuentro tuvo lugar en los estudios de Radio Bucaramanga, adonde él había acudido para una entrevista y ella para cantar -a escondidas de sus padres, quienes no aprobaban su gusto por el canto-. Aquella vez intercambiaron teléfonos, las llamadas se convirtieron en charlas, charlas que dieron paso a las visitas y visitas que formalizaron un noviazgo de cinco años.

Montanini fue contratado por el América de Cali, que era dirigido por Adolfo Pedernera, quien, como si fuera poco, se convirtió en su padrino de matrimonio. En Cali nació María Claudia; luego llegaron Marta Liliana y Gloria Isabel, quienes tuvieron por padre al máximo artillero del Atlético Bucaramanga con más de 135 goles. 

Les correspondió tener en casa a uno de los cinco mejores jugadores en la historia de nuestro balompié, pero también al ser humano más querido por la hinchada del leopardo.

Gloria Hinestroza y Américo José Montanini el día de su boda en Bogotá, el 17 de marzo de 1962.

“Debutó ante el Tolima anotando el gol del empate. Se ganó el respeto de propios y extraños, también del exigente público. El mejor narrador de la Época, Carlos Arturo Rueda, lo bautizó -la bordadora- y en dos oportunidades fue el máximo cañonero del fútbol colombiano”

El legado de Américo José Montanini está presente en cada rincón de la ciudad que amó desde el momento mismo de su arribo. Entonces, no es casualidad que el estadio departamental hoy lleve su nombre, según el decreto 508 de junio 11 de 2024 expedido por la Gobernación de Santander y que, a su vez, el Consejo de Bucaramanga le haya conferido la Orden al Mérito Deportivo.

Américo venía por tres meses, pero se quedó entre nosotros toda la vida. Por eso guardamos el mejor recuerdo de Felipe Stemberg, gracias a él, tuvimos la fortuna de conocer a ese gran ser humano, el hincha eterno del leopardo que se instaló en nuestros corazones para siempre.

Sus hijas, Gloria Isabel, María Claudia y Marta Liliana fueron sus grandes amores y su mayor orgullo.