Por: Jose Fernando Yepes - Fotografías: Luis Fernando Camelo
Zapatoca -la Ciudad Levíticagoza de clima privilegiado por encontrarse a una altura de 1.715 metros sobre el nivel del mar. Lo de levítica se debe a la profunda religiosidad que marcó para siempre su historia desde que fuera fundada por el sacerdote español Francisco Basilio de Benavides.
El padre Francisco Benavides, a quien daban trato de maestro por su formación académica superior, había llegado a esta comarca en 1730 para dirigir la parroquia del poblado indígena de Guane que se extendía hasta el Magdalena Medio.
Se dice que el religioso siempre mostró interés por establecer una pequeña villa en un valle de clima benévolo, pero de difícil acceso, ubicado en lo alto de la serranía de los Yariguíes, al otro lado del cañón del río Suárez. Aquel valle, al que los primeros colonizadores llamaron “El llano de las flores”, era habitado por nativos y campesinos libres con ideas progresistas, además de numerosas familias españolas procedentes de San Gil y Girón, que decidieron afincarse y -como se dice-, echar raíces.
Si visitó Zapatoca
y no probó sus manjares,
móntese en una flota
y regrese por estos lares.
Qué ricas son las cocadas,
dulces, obleas y golosinas,
pero más ricas las panuchas
que me dan mis vecinas.
El sacerdote dedicó todo su empeño y tozudez en la tarea. Primero, tuvo que negociar mediante una permuta el terreno más apto, luego debió emprender la nada fácil labor de convencer a la Iglesia de establecer allá una viceparroquia con rango eclesiástico y civil; finalmente, tras la autorización del arzobispo de Bogotá, fue oficiada la solemne misa de fundación de Zapatoca el 13 de octubre de 1743. Ciento doce fueron las familias que se beneficiaron de la repartición inicial de lotes en el casco urbano, cuyas calles empezaron a definirse siguiendo los trazos realizados con cabuya por el padre Benavides.
Zapatoca, cuya etimología Guane es “Sepultura del padre en lo alto del río”, fue cobrando importancia hasta convertirse en pocos años en un referente de progreso, gracias al establecimiento de prósperos negocios comerciales y artesanales; impulsados por el intercambio de ganado, mantas, implementos de labor y otras mercancías con municipios vecinos como Girón, Barichara, Socorro y San Gil. Y es que, con sobrados méritos, los zapatocas han demostrado ser tanto hábiles como recursivos en el arte de emprender y hacer negocios, virtud que les ha dado fama nacional.
Además de esto, en el arraigo de sus gentes siempre ha prevalecido el apego indeclinable por la defensa de las tradiciones religiosas.
Muestra de ello es un episodio acaecido en 1854, cuando el juez Narciso Rojas ofició el primer matrimonio civil del pueblo, siguiendo los lineamientos del gobierno central que lo imponía como obligatorio. El domingo siguiente, desde el púlpito, el padre Joaquín Roldán excomulgó al juez y a su secretario, así como a contrayentes y testigos. Debacle total, el juez Rojas ordenó capturar al sacerdote -a quien debió liberar tras la revuelta popular que con ideas conservadoras despotricaba contra la liberalidad de la justicia. La tensa situación que duró tres días requirió de la intervención del ejército provincial y hasta el mismo gobernador tuvo que hacerse presente para acallar el tumulto. Finalmente, por las calles silenciosas desfilaron por separado los cortejos fúnebres del alcalde y el de uno de los hermanos del cura Roldán, muertos en la refriega.
Como epilogo del triste suceso, incluimos los versos de uno de los hijos ilustres de Zapatoca, el poeta Ramiro Lagos:
Zapatoca, el cacique peina canas
de renombre en los mТticos anales,
y su fama resuena en los tibales
de su tribu, y se ahorra las campanas.
Zapatoca con curas sin sotanas
es tranquila ciudad en sus cabales,
solo se oyen sus voces campanales
de un espíritu abierto sin ventanas.
En 1852, llega al país el ciudadano alemán Geo Von Lengerke. Nadie sabe cómo y ni por qué decidió venir a estas tierras a probar fortuna -tal vez porque supo de las aventuras de otros compatriotas-. Lo que sí se conoce, es que terminó en Bucaramanga luego de embarcarse por el río Magdalena hasta el puerto de La Dorada, para después recorrer a lomo de caballo y mulas el largo trayecto hasta la capital de Santander.
Lengerke, de religión luterana, admirador de Mozart, Beethoven y las ideas de Goethe, pronto se hizo popular en la Оlite de los negocios consolidando su actividad en las provincias de Guanentá y Galán. Su temperamento afable, librepensador y libertino le originó todo tipo de amores y odios, pero más allá de haber engendrado numerosos descendientes, nadie pone en duda que sus ejecutorias lo convirtieron en uno de los principales exponentes de la influencia alemana en Colombia. Sus ideas progresistas lo impulsaron a construir obras de gran relevancia, entre ellas, un puente sobre el río Suárez que habría de servir durante 90 años, y el camino de Zapatoca a Barrancabermeja, el cual facilitó el transporte de las florecientes exportaciones de productos agrícolas.
Lengerke fue un hábil comerciante que, al tiempo que exportaba corteza de quina y sombreros de jipa, traía todo tipo de mercancías europeas a sus negocios en Bucaramanga y Zapatoca. Fueron famosas sus propiedades como la Hacienda de Montebello, donde ofrecía recepciones y festejos inverosímiles; allí instaló un cañón prusiano, cuyo estruendo delataba sus estados de ánimo. También a Montebello hizo traer un piano de cola desde Hamburgo, el cual hizo el trayecto desde el muelle de Barrancabermeja por el camino selvático, siendo necesaria la participación de dos docenas de porteadores.
Fue polémico hasta su muerte en Zapatoca, en 1882, debido a que para su entierro, por mandato de la Iglesia, hubo que construir un anexo en el cementerio. Hoy, su tumba es uno de los principales atractivos turísticos del pueblo.
Durante la primera mitad del siglo XX Zapatoca -cuna de personajes admirables del pensamiento y la cultura- alcanzó a ser la capital de la provincia de Galán, que comprendía entre otros, los actuales municipios de Barichara, Betulia, Barrancabermeja y San Vicente de Chucurí. Sus hijos predilectos, muchos de ellos convertidos en grandes empresarios, emigraron a otras tierras, pero no olvidan sus raíces y regresan de tanto en tanto a la tierra amada.
Según dice el doctor Diego Roselli en su libro “Historia de 100 ciudades”, para fortuna de los historiadores poco ha cambiado en Zapatoca en los últimos 200 años; por eso, visitar sus calles y alrededores es volver al pasado para disfrutar la experiencia que ofrece uno de los pocos pueblos de Colombia donde la tranquilidad y la paz son privilegiados para el turista.´i
NOTA DEL AUTOR
Culminando este escrito, se conoció la sensible desaparición de Rafael Ardila Duarte, dirigente gremial y empresario bumangués de profundo ancestro Zapatoca. Dedicamos esta crónica a su memoria.