Por: José Fernando Yepes.
Colaboración: Juan Pablo Rueda y Omar Mantilla.
La primera raqueta que el Dr. Santiago Barriga tomó en sus manos fue de pelota vasca, un juego tradicional del norte de España que aprendió de los sacerdotes jesuitas en el Colegio San Bartolomé de Bogotá, donde cursó su bachillerato. Después conocería el squash, un deporte que se empeñó en traer a Bucaramanga hace 30 años.
Santiago Barriga siempre ha sido un entusiasta del deporte, por eso, una de las primeras cosas que hizo tras su llegada a Bucaramanga en 1980, para ejercer la especialidad de urología, fue vincularse al Club Campestre. Entonces comenzaría una lucha incansable, año tras año, tratando de convencer a los directivos de construir un escenario apropiado para jugar squash, una práctica en ese tiempo desconocida por la mayoría de los bumangueses.
“Tuve la idea de traer el squash por ser una actividad diferente y sumamente atractiva para los socios, también porque es un deporte económico donde la construcción de las canchas no requería una alta inversión”, afirma Santiago, con una voz que no oculta el sentimiento de orgullo al recordar la manera como logró materializar su proyecto.
El proceso no fue nada fácil. Aún recuerda la primera vez que presentó la idea ante la Asamblea General de Socios en 1981, la respuesta fue un silencio atronador seguido de la tímida pregunta de uno de los miembros de junta, su colega el Dr. Hugo Castellanos: Santiago ¿qué cosa es el squash? Con este antecedente, y animado por la perspectiva del éxito, decidió prepararse para la Asamblea del siguiente año estudiando a fondo la normatividad internacional para el diseño de este tipo de escenarios, apoyado de un estudio económico para la construcción de dos canchas con un costo de 3 millones de pesos de la época.
Nuevamente su propuesta no tuvo acogida, sin embargo se dedicó a explicarle a todo el que quisiera escucharlo la técnica de este deporte nacido en Inglaterra a mediados del siglo XIX, curiosamente no en los palacios reales, sino en una cárcel londinense, donde los reos se entretenían golpeando una pelota contra los muros para mitigar el encierro.
“La mayor gloria no está en fracasar nunca, sino en levantarnos cada vez que caemos”, la frase de Confucio describe la actitud del médico, quien, pese a todo, continuó con su idea. Finalmente en 1990 el proyecto fue aceptado. La manera como se dieron las cosas es más bien anecdótica. En esa ocasión, antes de ingresar a la Asamblea armado de planos, revistas y documentos, el presidente de la Junta Directiva, Jaime Liévano lo detuvo y le dijo: -Santiago, no propongas más lo del squash porque no vamos a hacer dos canchas, vamos a hacer cuatro-.
Un escenario de talla mundial
En enero de 1991 se dio inicio a los estudios técnicos para el anhelado escenario en un terreno junto a las canchas de tenis. El lugar fue elegido, acogiendo la petición de no obstruir la vista hacia el campo de golf y respetar la arborización existente. Por esta razón fue preciso realizar una excavación que resultó providencial porque además de conservar la vista, posibilitó la adecuación de una gradería de buen aforo que permite disfrutar los encuentros con total comodidad, siendo este, uno de los principales atractivos del estadio de squash del Club Campestre de Bucaramanga.
A ello se agrega la ventilación y la iluminación natural que lo
hace un escenario único en Latinoamérica y como pocos en el
mundo -dicho por jugadores y autoridades internacionales que han visitado las canchas-. El diseño fue realizado por el arquitecto Ignacio González Puyana, la construcción estuvo a cargo del Ingeniero Jorge Vargas y como interventora fue designada la arquitecta Pilar Umaña. Santiago Barriga, por iniciativa propia supervisó las obras.
Es en este punto donde su participación cobra gran importancia, pues la decisión de acompañar todo el proceso permitió que las canchas cumplieran con todas las especificaciones para la realización de competencias mundiales. Refiriéndose a ello manifiesta: “afortunadamente tuve la oportunidad de estudiar el proyecto y contar con asesoría técnica del presidente de la Federación Colombiana de Squash de la época, Sergio Rodríguez, como también del bogotano Fernando García Camacho, otro especialista en la materia”.
Un detalle hasta ahora desconocido, es que los constructores tomaron un riesgo de orientar las canchas aprovechando que el viento siempre sopla de norte a sur, permitiendo una buena ventilación. La construcción iniciada el 17 de enero de 1991 culminó en noviembre del mismo año y para la inauguración se organizó un torneo internacional dirigido por Santiago Barriga. El evento tuvo un gran éxito por la calidad de los jugadores profesionales que acudieron en buen número, gracias a la importante bolsa de dinero ofrecida para la premiación.
El squash cobra vida
El primer instructor de squash que tuvo el Club Campestre fue Luis Fernando Gil, quien vino desde Bogotá en 1992 con el encargo de dirigir la naciente academia, crear semilleros y supervisar el mantenimiento de las canchas. En los años siguientes, Bucaramanga ha tenido la fortuna de acoger torneos nacionales y circuitos internacionales con jugadores ubicados en el top 10 del ranking mundial, como el colombiano Miguel Ángel Rodríguez, el peruano Diego Elías y el campeón nacional de argentina, Jorge Gutiérrez.

En la historia el squash colombiano está escrito el nombre de jugadores formados en el Club Campestre, como Silvia Angulo Rugeles, quien fue campeona suramericana en Medellín (2009) y campeona de los Juegos Centro americanos y del Caribe, realizados en Mayagüez (Puerto Rico) en 2010. Por la academia de squash del Club Campestre de Bucaramanga han pasado jugadores de grata recordación, por el desempeño alcanzado en alta competencia, como Jorge Armando Quintero, Mateo Vargas, Carlos Felipe Galvis, Andrés Felipe Vargas, Gabriel Eduardo Vargas y Sebastián Dangond, entre otros.
Pero Santiago Barriga no solo es el responsable de traer el squash, detrás de su gestión también hay una historia de vida con otro protagonista: Omar Mantilla, a quien el directivo no solo dio la oportunidad de trabajar en el mantenimiento de las canchas, sino que le proporcionó los primeros libros que le permitieron conocer, dominar y amar este deporte hasta convertirlo en su modo de vida. Hoy Omar Mantilla es el entrenador del Club Campestre y un verdadero referente del squash en Colombia. No puedo culminar esta crónica sin manifestar mi profunda admiración por personas como Santiago Barriga, que con obstinación -y acaso terquedad-, logran sus ideales.
Está demostrado que sin el concurso de este tipo de dirigentes resultaría imposible consolidar obras de importancia para las nuevas generaciones. Al finalizar nuestro dialogo, Santiago me enseña un escrito que apareció este año en el Diario La República, en su edición del 20 de octubre de 2021, donde se destacan las mejores canchas de squash del país; no fue sorpresa para mí leer que entre las cuatro mejores está el Club Campestre de Bucaramanga.